“El espectáculo de la noticia”, por Patricia Salinas
Cuando la tragedia humana y la muerte se convierte en parte de un verdadero reality show.
Publicado en Caretas.
El 27 de marzo de 1984 un hecho excedió los límites de todo lo que se había visto en vivo y en directo en la televisión peruana: varios delincuentes se amotinaron en lo que era el penal El Sexto y secuestraron a trece civiles provistos de dinamita, revólveres y chavetas.
Las cámaras de televisión se instalaron frente al penal y los amotinados se dieron cuenta de que todo el mundo los veía, así que empezaron a mostrar carteles con mensajes –escritos con lápiz labial– exigiendo su libertad y obligaron a los rehenes a gritar que se les concediera sus reclamos, colocándoles siempre un cuchillo en la yugular.
Pasaban las horas y todo se iba poniendo peor, cerca de las 2 de la tarde, para que los ‘televidentes’ supieran que estaban dispuestos a todo, los delincuentes sacaron a un rehén por una de las ventanas, lo rociaron con kerosene para después prenderle fuego. Luego dispararon a quemarropa a otro, en un rito de salvajismo del que todos éramos testigos porque, por supuesto, estas imágenes eran transmitidas en vivo y en directo y en transmisión ininterrumpida.
Ese día se comprobó el poder de los medios de comunicación, capaces de transformar el dolor humano en un espectáculo, el espectáculo de la noticia y, a pesar de que después hubo debates sobre si era realmente necesario mostrar esas imágenes, si acaso no fue un estímulo para los delincuentes verse en televisión como protagonistas de una película, probablemente ese día cambió la manera de hacer ‘noticias’ en nuestro país.
La semana pasada cuando varios canales transmitían en vivo y en directo el incendio en las Malvinas y de repente, una cámara captó que algo raro pasaba en un container ubicado en la azotea de las galerías donde había gente encerrada con candado, era imposible no remontarse a las imágenes de horror del motín de El Sexto.
Varios canales decidieron, una vez más, realizar una transmisión ininterrumpida: horas tras horas mostrando las llamas que no podían controlarse, la frustración de los bomberos que, como siempre, no tenían suficiente agua y de tanto en tanto, el drama de esos chiquillos encerrados en un container clandestino en el que su trabajo era lijar la marca china de unos fluorescentes para después ponerles la etiqueta de una marca conocida y prestigiosa.
Había luz todavía cuando Jorge Luis Huamán y Jovi Herrera agitaban sus manos, una casaca, uno de los fluorescentes para pedir ayuda, para decir que estaban allí, mientras se comunicaban con sus parientes por celular, asustados, tosiendo, diciendo que ya no podían más. Nadie hizo nada y ellos murieron.
Había luz y había muchos reporteros que incluso hablaban con los parientes que estaban allí afuera tratando de que alguien les hiciera caso; es decir, que les hicieran caso para conseguir una solución, no solo para registrar su dolor ante cámaras.
Quizás si a algún reportero, a algún productor, a algún canal se le hubiera ocurrido gestionar que el ejército mandara un helicóptero, hablar con un ministro, con el mismísimo Presidente, esos chicos se hubieran podido salvar. No quisiera pensar que lo que hacían apostados allí frente a la galería, horas tras horas, era solamente esperar a ver si alguno lograba salir por la ventana y tirarse de allí envuelto en llamas para registrarlo y que esa imagen dé la vuelta al mundo, como dieron la vuelta al mundo las imágenes del motín de El Sexto.
No quisiera pensarlo, pero se me viene a la memoria, por ejemplo, que cuando recién comenzaba en el periodismo un día me mandaron a cubrir el caso de una chica que estaba por tirarse del malecón de Magdalena: un suicidio, nos dijeron a mí y al fotógrafo. Cuando llegamos, la pudimos convencer de que no lo haga, pero cuando regresamos a la redacción felices de haber salvado una vida, mi jefe nos dijo a gritos y muy molesto: “¿Y cuál es la noticia?”.
Eso me pregunto hoy también, ¿cuál es la noticia que buscan los noticieros? ¿Cuál es la imagen que quieren los canales en situaciones como esta? ¿No ganará, a veces, ese afán morboso de conseguir ‘la noticia’, incluso a costa de la vida de una o más personas?