Educación y publicidad
Por Daniel Linares Bazán
Ex-consejero del CONCORTV
Desde hace algún tiempo la ASOCIACION NACIONAL DE ANUNCIANTES (ANDA) ha asumido en forma voluntaria la responsabilidad de calificar el contenido de los programas de radio y televisión, creando para tal efecto el Semáforo Ético, original sistema que a través de numerosas personas califica los programas, usando como órgano de referencia el Código de Ética Unificado de la Industria de la Comunicación, suscrito por los representantes de los medios de radiodifusión, de los anunciantes y de las agencias de publicidad.
Nadie puede negar que por nuestra televisión se difunden programas que no enseñan, ni educan ni entretienen. Sucede, lamentablemente, que muchos de esos programas se trasmiten y se mantienen en el aire porque tienen aceptación de la teleaudiencia. De acuerdo con esta realidad el gran juez de los programnas de televisión no es ninguna institución pública o privada por muy buena intención que la anime, voluntaria o impuesta, sino el público televidente que en nuestro país tiene mayoritariamente un bajo nivel cultural.
Entonces, el camino no está solo en calificar el contenido de los programas sino en educar a la teleaudiencia para elevar su nivel cultural y eso se puede hacer, usando un poco de creatividad, a través de la publicidad; además de otras acciones, naturalmente, que deben proponer los especialistas.
Los avisos publicitarios que se difunden por la radio y por la televisión constituyen una gran parte de la información que los ciudadanos recibimos diariamente a través de esos medios. Los mensajes publicitarios pueden constituirse en excelentes vehículos para informar, educar y difundir cultura. Bastaría que los anunciantes apoyen esta iniciativa y que las agencias de publicidad utilicen su reconocida creatividad para tal efecto. Ambos son los padres de la criatura, es decir del spot publicitario; los primeros lo financian y las segundas lo crean. Los medios se limitan a difundirlo. En todo caso su responsabilidad solo radica en respetar los horarios adecuados.
No se trata, pues, solo de calificar el contenido de los programas o de condenarlos, sino también, principalmente, de educar al gran juez. Si elevamos el nivel cultural de los televidentes ellos harán buen uso de ese monstruo llamado “control remoto”, porque la elección de un programa lo hace cada persona en ejercicio de su libertad individual; lo que una persona prefiere ver o escuchar está determinado por su nivel cultural y por su propia tabla de valores. Una persona cultivada y con buen gusto simplemente no verá un programa chabacano; y nadie tendrá que decirle qué puede o qué no puede ver.
Utilicemos la publicidad para mejorar el gusto de la gente; para ampliar sus conocimientos; para enseñarle buenas maneras; para inculcarle buenos sentimientos; para enseñarle a usar con propiedad el lenguaje; para recordarle sus obligaciones sociales; para hacerle comprender lo que significa la solidaridad y el respeto a los demás. Todo eso se puede hacer sin distorsionar el mensaje publicitario. ¿O no?